martes, 25 de febrero de 2014

La escalera

Hoy os dejo una nueva entrada de mi blog al cual cada día me siento más orgulloso de haberlo creado. Y por supuesto os dejo un pequeño y fantástico relato que está basado en una mezcla al cincuenta por ciento de un recuerdo mío de la infancia y de mi extraña y macabra imaginación. No sé si este relato gustara a aquellos que lo lean o simplemente servirá para meter miedo a los niños y que no suban o bajen escaleras solos.

                                    La escalera vista desde abajo

                                   La escalera vista desde arriba


Para que entendáis el porqué de este relato. Estas escaleras están en Palomeras (muy cerca de donde viven mis abuelos) y tengo un recuerdo de un día siendo niño jugando con mi primo con una pelota de tenis, se nos cayó la pelota escaleras abajo y aunque la buscamos como locos, no dimos con ella. Esa misma tarde recibimos tanto el como yo una buena bronca por parte de nuestros padres por que la pelota en cuestión no era nuestra y desde ese día que ya habrán pasado más de veinte años cada vez que visito a mis abuelos y paso por estas escaleras me acuerdo de la dichosa pelota y donde iría a parar.


Y aunque esta foto no tiene nada que ver con el relato, ni con las escaleras en cuestión. Siempre me he preguntado. ¿En qué demonios estaría pensando el Arquitecto de nuestra Matrix particular al hacer esta escalera que no lleva a ninguna parte?.

Por si tenéis curiosidad y no sois del barrio de Vallecas, esta escalera esta justo en la parte trasera del Estadio de Vallecas del Rayo Vallecano. En la esquina de la calle Payaso Fofo.


Y ahora si, por fin os dejo el pequeño relato que he escrito inspirado en la escalera de las cercanías de la casa de mis abuelos. Espero que guste y sea de vuestro agrado.


La escalera


Como cada día recorro estas viejas escaleras de piedra que hay en las cercanías de mi casa y habré pasado por ellas miles de veces, quizá incluso millones en estos treinta años. Es algo imposible de saber ya a estas alturas pero hay algo que no sabría explicar. No sabría definirlo con palabras pero no son sus casi cuarenta escalones desgastados divididos en tres tramos, ni siquiera las viejas pintadas que hay en sus paredes de cemento ya concomido por el paso del tiempo y que deja ver los viejos ladrillos con las que estas fueron construidas. Y que visualmente estropean la poca belleza que tienen estas viejas escaleras. Pero tienen algo especial, algo que nadie se percata o al menos creo que sólo lo hago yo.
Tenemos tu pelota, ven a por ella.
No puedo sacar esa maldita voz de mi cabeza y sigo sin comprender de qué pelota me habla y menos todavía quien es la persona que me llama. Porque por mucho que mire hacia todos los lados no hay nadie nunca, intento no pensar en esa voz  pero cada día es más fuerte, resuena con más y más intensidad en  mi mente.
He intentado ir por otros caminos y evitar dichas escaleras pero no importa, cuan me resista a sus efectos. Su influencia es demasiado poderosa y cuando me acerco a la misma calle donde están dichas escaleras, mis pies parecen que caminan solos. Con el paso del tiempo me he ido acostumbrando a este extraño ritual.
Ven, que te devolveremos tu pelota.
Con toda sinceridad estoy harto de este asunto pero es completamente superior a mí. Siempre atravieso las malditas escaleras y eso que luego soy de esas personas que utiliza el ascensor para subir aunque sea un solo piso. Lo admito soy bastante perezoso.
Y los días pasan cómo segundos en mi rutinaria vida. Todas las mañanas sin excepción bajo por ellas para ir al trabajo y todas las noches subo por ellas para volver a casa. Forma parte de mi vida cotidiana.
Decidí visitar hace unos años a un psiquiatra a espaldas de mi familia pero con el paso de las sesiones sólo sentía que se quedaba con mi dinero y que no me ayudaba realmente con mí problema.
Ven a por tu pelota, es tuya.
Un día de verano con más de treinta cinco grados de calor en las calles y bastante cabreado porque ese día se suponía que no debía trabajar pero me llamaron para suplir una urgencia de un compañero. La estúpida voz resonaba como todos los días.
¡Metete tu maldita pelota por donde te quepa!
Grave error. La maldita voz empezó a taladrarme el cerebro con más fuerza que nunca, tanto que me era imposible pensar o siquiera caminar. Tuve que agarrarme a la pared para no caerme rodando por las escaleras.
¡Basta! ¡Déjame en paz! – Chillo desesperado.
Pero la voz sigue resonando una y otra vez en mi cerebro. Tras varios minutos de insoportable tortura tomo una decisión y cedo.
¡Esta bien! ¡Tú ganas, vale! ¡Iré a por ella!
Suplico de rodillas. Con la esperanza de que si accedo a su deseo la voz deje de molestarme. Por alguna extraña razón la voz deja de resonar en mi cabeza, lo cual me permite levantarme del suelo y seguir mi camino hasta el final de las escaleras pero cuando mis pies tocan el último escalón. Una luz blanca me ciega por completo. Por un instante recorre todo mi cuerpo, toda mi alma y un instante después todo se desvanece en el más absoluto vacío.
La investigación policial fue inconcluyente, jamás dieron con mi paradero. Según fuentes policiales desaparecí de la faz de la Tierra. Y al cabo de unos años, todos se olvidaron del caso convirtiéndolo en uno de esos famosos casos que queda sin resolver. Pero sin embargo durante los primeros días de la investigación cuando recorrieron el camino que yo utilizaba todos los días, uno de los agentes encontró cerca de unas escaleras cercanas a mi casa una pequeña pelota muy antigua casi desinflada y con la pintura desgastada.
Sin duda alguna ese agente había encontrado mi antigua pelota.